Central Hacienda La Esperanza, Manatí
Historia:
Este ingenio fue fundado por José Ramón Fernández, Márquez de la Esperanza. Tiene un trapiche de balancín de seis columnas fabricado en 1861 por la West Point Foundry. En la década de 1880, Fernández se declara en quiebra y el ingenio no se volvió a utilizar.
La Hacienda Esperanza fue una de las más modernas productoras de azúcar de su época. La hacienda fue iniciada por Fernando Fernández, un militar de carrera natural de la provincia de Santander, que arribó a Puerto Rico a finales del Siglo 18. La hacienda fue ampliándose a través de un proceso de agregación de tierras comenzado en el 1830. Las tierras que en Manatí heredó su hijo mayor, José Ramón Demetrio Fernández sumaban unas ochocientas veinticinco cuerdas. En colindancia con esta finca había otra que pertenecía a otro comerciante de Arecibo llamado José Medina. Esta segunda finca tenía un tamaño de mil acres. Las dos propiedades estaban ubicadas en el norte del valle de Manatí y se extendían por los barrios de Bajura, Tierras Nuevas Poniente, Punta y Boca.
Tanto José Ramón Demetrio Fernández como José Medina se aprovecharon de la crisis en que habían caído los pequeños hacendados y compraron las fincas colindantes. José Medina compró quinientos treinta acres que sumó a la finca que tenía y fundó una hacienda a la que dio el nombre de San José. Esta hacienda se la arrendó a José María Martínez, un hacendado del barrio Bajura de Manatí. Los terrenos que eran propiedad de Martínez, colindaban con la arrendada Hacienda San José. La muerte sorprendió a José Medina en 1858. Al momento de su muerte sus herederos eran menores de edad. Como José María Martínez había arrendado la Hacienda San José, el contrato continuó luego de la desaparición del propietario. A la administración de la finca le añadió la responsabilidad de la tutoría de los menores . Mientras estaba a cargo de la hacienda, la finca cayó en deudas y poco a poco hubo que venderla para cumplir con los acreedores. Muchos de esos terrenos fueron vendidos a José Ramón Fernández. Los negocios entre Martínez y Fernández se extendieron hasta el año de 1875. Durante este tiempo hubo una larga cadena de compraventas de terrenos. Poco a poco la hacienda San José, pasó a manos de José Ramón Fernández. La adquisición de esta finca fue lo que convirtió a La Esperanza en la más grande de las haciendas de Manatí. Con esas tierras se aumentó considerablemente el tamaño de La Esperanza.
Don José Ramón Fernández y Martínez y Mena, Marquéz de la Esperanza, era un influyente político conservador nacido en San Juan en 1804. Próspero hombre de negocios que además de La Esperanza, probablemente la propiedad de terrenos más grande en la costa norte de Puerto Rico, el marqués poseía otros terrenos. Para el tiempo en que la hacienda pasó a manos de José Ramón Fernández, ya muchos de los hacendados de la parte noroeste de Manatí, se habían endeudado con él, lo que hizo fácil que éste pudiera comprar esos terrenos y anexarlos a la gran hacienda que estaba formando. Las fincas que se fueron sumando a La Esperanza, aumentaron el tamaño de esta finca a más de 2,000 acres.
La penetración del dominio de José Ramón Fernández en los terrenos que habían pertenecido a José Medina comenzó en 1867. Para este tiempo José María Martínez había tomado parte de los terrenos de la finca San José para pagar deudas de refacción que tenía con otro comerciante de Manatí . Ese tipo de negocios era el que también hacía con José Ramón Fernández. La finca que dejó Medina se endeudaba sin poder cumplir con su acreedor. Igual a como ocurría con todos los hacendados, el administrador de la Hacienda San José tuvo que pagar las deudas con los terrenos. Los negocios entre Martínez y Fernández se extendieron hasta el año de 1875. Durante este tiempo hubo una larga cadena de compraventas de terrenos. Poco a poco la hacienda San José, pasó a manos de José Ramón Fernández. La adquisición de esta finca fue lo que convirtió a La Esperanza en la más grande de las haciendas de Manatí .
Diez años más tarde, la Hacienda La Esperanza comprendía el 85% de los terrenos de la parte baja del valle, al este de el Río Grande de Manatí.
La Hacienda La Esperanza era una plantación cuya operación dependía de la mano de obra de esclavos y podría ser caracterizada técnicamente como semi mecanizada; es decir, tenía un molino para la molienda accionado por un motor de vapor, pero los procesos de la evaporación, purgado, y embalado era conducido manualmente. Este método de fabricación de azúcar se caracterizaba por un profundo desequilibrio entre el elemento mecanizado, establecido exactamente al principio de la producción, y el resto del proceso que mantuvo los elementos de la tecnología del siglo 18.
La gran capacidad del molino requería una gran cantidad de trabajadores agrícolas (cortadores de caña, recolectores y conductores de carretones), y al mismo tiempo hacía necesario una extensión del equipo de la clarificación y de la evaporación (donde no había ocurrido el cambio tecnológico) de tal modo que aumentaba el número de trenes y de calderas, pero reduciendo la calidad del producto final.
Hay bastante evidencia para asumir que ha habido tres molinos sucesivos en la Hacienda La Esperanza: Un molino accionado por animales que posiblemente funcionó hasta las postrimerías del 1830 o comienzos del 1840, con los rodillos horizontales de hierro; un segundo molino con un motor de vapor pequeño y una trituradora horizontal que pudieron haber sobrevivido hasta el final de 1850 o principios del 1860; y el tercer, actual molino, documentado a fondo por los restos y los expedientes físicos.
De acuerdo con estimados de molinos similares en las Antillas, el primer molino en la Hacienda La Esperanza produjo entre 100 a 150 toneladas de azúcar cruda por cosecha.
El segundo molino, cuyo tamaño se puede estimar en base de los restos del transportador, promediaba quizás 200 toneladas por cosecha.
El tercer molino pudo haber producido entre 500 a 600 toneladas por cosecha. Este volumen estableció a Hacienda La Esperanza como el productor más grande de su tiempo en Puerto Rico, y entre las operaciones semimecanizadas más grandes de las Antillas, la producción del azúcar-a-caña no debe haber excedido del 5% como promedio de la cosecha, aunque está establecido que la curva de producción demuestra puntos bajos al principio y el final de la cosecha, y un pico en el estado de la madurez máxima de la caña.
Hay evidencia concluyente que la tecnología del vapor alcanzó Hacienda alrededor de 1841 con la introducción de un motor de vapor. La única propiedad identificada en expedientes oficiales de 1847 como una hacienda propiamente era la del padre de José Ramón Fernández y Martínez, puesto que solo así se denominaban las unidades productivas mecanizadas o parcialmente mecanizadas. Esto conduce a concluir que la Hacienda La Esperanza habría podido ser la primera en el área en ser mecanizada parcialmente. Las investigaciones arqueológicas industriales en el sitio sugieren de modo categórico que el Marqués hizo alteraciones extensas a la vieja fábrica, para acomodar al parecer un motor de vapor en 1861 y un molino nuevo, posiblemente una caldera nueva, y un segundo “tren jamaicano.”(el término que se utilizaba para la alineación de los equipos utilizados en todo el proceso).
El trapiche de la hacienda era movido por una máquina a vapor de balancín, construida en el 1861 en la West Point Foundry, Cold Spring, New York. Está decorada con elaborados detalles góticos y tales elementos de avanzada como ciclo reversible, válvulas de cierre por gravedad y un sistema de movimiento paralelo. Esta maquinaria fue introducida clandestinamente, por el Puerto de Palmas Altas. No empece a esta maravilla tecnológica, el resto del proceso dependía de la mano de obra de los esclavos negros. Según lo mencionado previamente, el Marqués era una figura política muy influyente. Tenía en sus manos tanto poder que le fue posible dividir el territorio que abarcaba el municipio de Manatí en dos, convirtiendo a Barceloneta, un pequeño asentamiento cercano, en un pueblo aparte. Sus motivos eran obviamente económicos; de utilizar las instalaciones portuarias en Manatí que contaba con una aduana, tendría entonces que declarar todo el movimiento de mercancías y de esclavos y pagar impuestos. Por lo tanto, construyó sus propias instalaciones portuarias en Palmas Altas, en la boca del río de Manatí, consiguiendo así la libre circulación para su mercancía. Ésta puede ser la razón por la cual los investigadores no han podido localizar cualquier evidencia de la introducción en Puerto Rico de la máquina de vapor y el trapiche de la West Point Foundry; no hay documentos porque el Marqués no tuvo que declarar a ninguna aduana siendo el dueño de su propio puerto.
Para el 1862, el trapiche de la Hacienda La Esperanza producía anualmente 135,000 libras de "moscabado" (azúcar morena)y 500 barriles de melaza. La hacienda estaba cotizada en 300,000 pesos españoles, o aproximadamente 300,000 U.S. dólares en oro para la mitad del siglo 19 "tasa de cambio".
Los ingleses venían presionando a los españoles para abolir la trata negrera desde el 1835. Comenzaron a confiscar los navíos esclavistas. Como los jíbaros libres se negaban a trabajar de jornaleros en las centrales, el gobernador Juan de la Pezuela instituyó el régimen de la libreta de jornada. Todos se vieron forzados a acatarlo hasta el 1873.
Justo en el 1850, el inicio del abolicionismo de la esclavitud se concentró en Mayagüez. Allí, Ramón Emeterio Betances, José Francisco Basora y Segundo Ruiz Belvis dieron comienzo al movimiento abolicionista. La esclavitud y la tecnología del vapor desempeñaron un papel importante en la producción de la Hacienda. Para el 1873, algunos 175 esclavos, varones y hembras, trabajaban en las varias fases del cultivo y de la producción de azúcar. La mayor parte de sirvieron como trabajadores de campo, otros eran trabajadores expertos tales como los albañiles, carpinteros, herreros, fabricantes de vinos, marineros, fabricantes del azúcar y mecánicos. Fue un golpe muy rudo para el Marqués la abolición de la esclavitud en el 1873. Quedó prácticamente sin mano de obra. José Ramón Fernández se endeudó a finales de 1879 y la Colonial Company Ltd. de Londres, la más grande compañía inversionista en el Caribe, embargó y se quedó con la hacienda. Finalmente, Wenseslao Borda, agente de la compañía inglesa, compró La Esperanza en $40,000 en una transacción sombría.
Después de 1891, Borda continuó la operación de la siembra y cultivo del azúcar, pero al parecer el trapiche y la máquina de la West Point Foundry nunca volvieron a ser utilizados. Las cañas que en la Esperanza se producían se molían, en su mayor parte, en la central Plazuela de Barceloneta. Wenceslao Borda y su familia eran dueños ausentes que arrendaron la tierra a varias personas. Entre los que cultivaron la tierra durante la primera mitad del vigésimo siglo estaba la familia Calaf y don Juan Dávila Díaz, productor azucarero y legislador. Debido al incremento en los costos de producción y deudas contraídas, la central fué cerrada y abandonada al finalizar el siglo.
La Hacienda La Esperanza fue documentada durante todo el verano de 1976 por el Historic American Engineering Record, auspiciado por el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico. El trabajo de campo, dibujos a escala, datos históricos y fotografías fueron preparados bajo la dirección general de Douglas L. Griffin, director de H.A.E. R. Eric N. Delony, arquitecto principal de H.A.E.R., fue director del proyecto. Fred Gjessing y Jack Boucher tomaron las fotos del proyecto.
Reserva Natural de Hacienda La Esperanza
La Hacienda La Esperanza es uno de los activos más valiosos del Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico. Los terrenos fueron adquiridos en el 1975 y cuentan con 2,278 cuerdas de terreno, incluyendo varios kilómetros de costa y más de 10 ecosistemas de gran valor ecológico, tales como formaciones del karso y cuatro distintos tipos de bosque con flora y fauna únicas, las ciénagas que son el hábitat de pájaros endémicos y migratorios, dunas cementadas y sistemas del mangle abundantes en vida marina, llanos aluviales ricos en humus para las actividades agrícolas intensivas. También posee dos importantes estuarios y uno de los pocos bosques costeros que aún existen en la costa del norte de la isla. El llano aluvial que está presente en la Reserva Natural de Hacienda La Esperanza es atravesado por el Río Grande de Manatí, por lo que está sujeto a inundaciones frecuentes. En los predios de la Hacienda se han encontrado hallazgos arqueológicos pertenecientes a tres culturas indígenas: Igneri, Ostiones y Taína; además de material colonial español. Uno de los hallazgos arqueológicos más importantes lo es un centro ceremonial indígena en la zona costanera, el único centro ceremonial costero en la región del Caribe. Análisis de carbón radioactivo remontan su fecha hasta 510 A.D. La Hacienda fue reconocida como un monumento nacional, siendo añadida en julio de 1976 al Registro Nacional de lugares históricos del Servicio Nacional de Parques de los Estados Unidos. En el 1984 el Fideicomiso de Conservación comenzó a trabajar en la restauración de las estructuras del área.
Hacienda La Esperanza de Manatí, recopilado de la página oficial del Municipio de Manatí
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